*PASTOR JOSÉ SILVA AMIGO Y GUERRERO DE MIL BATALLAS YA ESTÁ EN CASA!*
*Por: Aquilino Ortega Luna.*
Por allá por los años 70s, cuando el evangelio era aún muy joven en Panamá, se transmitía por los canales locales, un programa evangélico que alcanzó importante popularidad, incluso entre los que, como yo -un desparpajado adolescente de destino incierto-, todavía no habían dado un paso de fe para recibir al Señor!
El inédito programa televisivo del Club PTL, que gustó a tantos, se transmitía los sábados por la mañana, y era animado, en aquél entonces, por dos señores muy particulares; digo señores en el sentido más amplio que se le puede dar al uso del término; quienes luego de mi conversión a Cristo, inspiraron mi vida cristiana, más por lo que eran que por lo que decían, marcándola de manera indeleble hasta el día de hoy.
Me refiero a los Pastores, Conferencistas, Directores y productores de programas -aunque yo prefiero utilizar el nada ostentoso título de hermanos en Cristo-, el Reverendo José Silva y Don Vicente Montaño.
El primero, una voz de singular proyección en la predicación de la Palabra de Dios, y el segundo, de igual singularidad para cantarla.
Ambos, Ministros fieles del Evangelio y amigos de este privilegiado servidor.
Me referiré al Pastor Silva, por ser quien se ha ido a casa primero, para tristeza de los que le amamos y hemos sido bendecidos por su ministerio.
Una tristeza que sin embargo, de manera paradójica, nos llena de gozo y satisfacción.
Tristeza, porque su partida a la mansión eterna, nos priva de su apreciada compañía, no solo a cada uno en particular sino también a la iglesia en general.
Y gozo, por que se ha ido después de vivir plenamente en Cristo por largos años, para la Gloria de Dios, acabando su carrera en esta tierra y habiendo guardado la fe.
No nos queda duda, de que nuestro Padre Celestial tiene también guardad una Corona de Justicia para él.
La Biblia nos deja entrever las características más prominentes de muchos de los héroes de nuestra fe.
Podríamos decir que la de Pedro era la intrepidez; la de Pablo, el conocimiento profundo de su Señor; Juan, por su parte, se distingue por la expresión del amor de Dios en su vida.
La característica más prominente de nuestro hermano José Silva, fue la de un espíritu conciliador, de perdón y misericordia.
Todavía recuerdo una admirable declaración que profirió en la Comunidad Apostólica Hosanna, mientras predicaba su sermón, que podría ser lapidaria en estos momentos póstumos:
“debemos perdonar - puntualizó con firmeza -, aunque nos rompan el corazón en mil pedazos”.
A lo cual también añadió la siguiente cita: “El resentimiento es como tomar un veneno, esperando que otro muera”.
De más está decir, que el impacto de estas palabras dejaron su impronta en mí!
Su carácter conciliador, lleno de afable prodigalidad y cariño, era auténtico; en manera alguna, la frágil fachada de alguien que solo intenta ser políticamente correcto, para granjearse una fama inmerecida, pero que es fácilmente discernible como ilegítima.
En cambio, su entrega liberal, desprendida y desinteresada a las personas, sobre todo a los de la familia de la fe, manifestada a través de hechos, palabras y aún gestos sencillos pero llenos de significado, como atender con igual entusiasmo, digamos visceral, a “pequeños” y a “grandes” sin diferencias, daba cuenta de su carácter piadoso y su deseo de agradar solo a Dios.
No sé por qué su personalidad me evoca al Bernabé de la Biblia, que integró al apóstol Pablo a la comunidad cristiana y logró el reconocimiento de su ministerio entre los apóstoles.
Quizá por su agudo sentido de la unidad dentro del cuerpo de Cristo, para lo cual, sin duda, él fue un “genio”.
Silva tenía un testimonio de intachable proceder, que lo hacía heredero directo de una estirpe de cristianos ya extinta.
Aún así, contrario a lo que se podría pensar de él si no se le conociera, no carecía de sentido del humor.
Como cuando sugirió que la negación de Pedro se debía a que nunca le perdonó al Maestro que sanara a su suegra.
No será suficiente cuanto se pueda decir de él, con no poco acierto, al hacerle justicia a su legado ministerial; y corremos el riesgo de parecer monótonos y lisonjeros en demasía.
Pero nada más lejos de la verdad; solo describimos, fielmente, la realidad de un hombre único, imponente y fuerte como un roble, sin fisuras o doblez en su carácter.
Un ser humano que hablaba de Jesús con propiedad, denuedo y conocimiento profundo.
Es la impresión de alguien -éste que les escribe- , que convivió con él en los último 10 años de su vida, en cuyo lapso se convirtió en mi mentor y consejero, dispensándome palabras que transmitían realidades experienciales, ávidamente recibidas por un corazón - el mío -, que las atesoró como perlas escogidas de inestimable valor.
Como un padre que aconseja a su hijo, me decía: “Aquilino, no dejes nunca de escribir, pues Dios te otorgó un don para expresar belleza e inspiración a la vida de otras personas por medio de las letras."
" Tampoco dejes de componer canciones y cantarlas, pues a su tiempo Dios no solo abrirá las puertas sino también los corazones.”
Parte del atractivo que representaba para mi viajar a Miami, eran las citas obligadas con el Pastor José Silva, para disfrutar un delicioso sancocho, mientras compartíamos diversos temas a la luz de la Palabra de Dios.
Acá en Panamá hacíamos otro tanto; en este caso, el Café Duran - tanto la bebida como el local que lleva su nombre -, era el pretexto de reunión para compartir sobre la vida cristiana.
Por aquellos días, acá en Panamá, participamos de los actos de Aniversario de la Iglesia Cuadrangular de Calle “Q”, la misma que en otrora pastoreó el hermano Silva por largo tiempo.
Incansable, inteligente, emprendedor, confiable, honesto, de talla espiritual admirable, y, aun así, sencillo y amigo.
Todos esos atributos reunidos en una sola persona: El Pastor José Silva; a quien me habría gustado tener por Padre.
Aunque, pensándolo mejor, lo fue en muchos sentidos, pues supo orientarme en cada momento difícil de mi vida, dándome luces de cómo salir de cada encrucijada.
Un fresco recuerdo que guardo acurrucado en mi memoria, suma uno más de los tantos que motivan la admiración que siento por él, y fue verlo predicar de pie, por 40 minutos, en la Iglesia Capilla del Rey de Miami, con el mismo fervor de sus mejores tiempos.
Sin duda, una destacada proeza para un hombre que superaba los 90 años.
En su última visita a Panamá, para un evento cristiano, me honró hacerle una entrevista de carácter periodístico.
Uno de los tópicos que tocamos tenía que ver con el rapto de la Iglesia.
Recuerdo haberle dicho: "el rapto de la iglesia será la noticia más trascendental de la historia, y me entristece no estar en la tierra siendo periodista, para darle cobertura periodística”.
A lo que él, capturando el osado humor de mi declaración, sonrió asintiendo con la cabeza, no por afirmación a mi presunta tristeza profesional, sino como aprobación del buen humor expresado.
Solo me restas decir: hasta pronto amigo mío, hermano y Pastor José Silva.
Me alienta saber que nos volveremos a ver; esta vez sin diferencia de edades, y quizá tampoco de estatura física.
La glorificación, creo, nos equiparará en ambos sentidos.
Mientras, derramo una última lágrima, no de desesperanza sino de dulce tristeza y gozo inefable a la vez.
Como dice el apóstol Pablo, “como entristecidos, mas siempre gozosos”.
Si esto es posible, saluda a mi madre de mi parte. A cualquiera que por acá pregunte por ti, le diré con firme convicción que: “Solo se ha ido a casa”.
«Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él»